EL SUBDESARROLLO Y LA FE

EL SUBDESARROLLO Y LA FE

Por Walter Rivabella

    “Los chicos creen. Pero los chicos crecen” sólo dice en su condición de microrrelato “El desarrollo y la fe” de Isidoro Blaisten.

    No creo poder jactarme de haber crecido. Es más: Siendo algo riguroso debo decir que no. Hablar casi nada de política y al hacerlo me desplazo con dificultad en el fango de ironía, sobre todo en estos tiempos, es un ejemplo de cierta inmadurez. Este comentario es otra falta más de crecimiento. Autorreferencia pura. El niño caprichoso que no sabe hablar de otra cosa  que de sí mismo y que, como veo venir la mano, lo seguirá haciendo hasta el párrafo final.

     Claro, usted tendrá la tentación —tal vez, tampoco está tan al cuete— de preguntarme: “¿Y esas canas? ¿Y esa falta de cabello en lugares donde queda bien junto con la ausencia del mismo en otros donde se necesita de todo menos pelo? ¿Y esa barriga? ¿Y los achaques?…” Eso es mero paso del tiempo, no hace falta que se lo diga aunque haya acabado de hacerlo. Crecer, lo que se dice crecer es otra cosa. Hace un par de días, sin volver más lejos, junto a otros ex compañeros nos hicieron un reconocimiento tras cumplirse veinticinco años de nuestro egreso del nivel secundario. Ausencia de mérito, reconocimiento inútil. Claro que uno va, con sus dos caras de falsa moneda, agradece, recuerda con sus “ex” cosas que nunca sucedieron y entre otras atrocidades finge ser piola con los egresados actuales que en ese momento ríen felices porque entre otras cosas creen que para que llegar a esa cantidad de años tienen que pasar como cincuenta sin saber que a todo trapo serán doce y seis meses, días más días menos. En definitiva, el mérito que están condecorando es justamente ese: una versión de certificado de existencia si es que existir es lo mismo que estar vivo. Al “Vinieron siendo niños y se los devolvemos a la sociedad siendo unos hombres” —frase que les encanta decir a los docentes en dichas circunstancias— debieran adjuntarle “y los volveremos a ver, si Dios nos da vida y salud y se comete la inmoralidad de jubilarnos cada vez más tarde(*), dentro de 25 años cuando reclamemos su presencia para mostrarle a otras generaciones los que es un viejo… alumno de nuestra institución”.

     Claro que si bien no me gusta mucho la frase enunciada por ciertos directivos de las instituciones escolares y que me remite a un lavadero de autos mecánico: se entra sucio por un lado y se sale hecho una pinturita por el otro; tiene que ver con parte del crecimiento, si es que tenemos la suerte de quienes acompañen nuestro desarrollo colaboren también con el descreimiento.

   Pero claro, hablar de descreer en diciembre es justamente convertirse en un aguafiestas. Una especie de tío solterón y borracho que está a la espera de que le den la oportunidad de revelarle a sus sobrinos la verdadera identidad de Papá Noel y de los Reyes Magos, o de agarrar el arbolito navideño a patadas, ya que no es algo que tenga que ver con nuestra tradición. “Un síntoma más de que somos un colonia del imperio” podría decir ese tío mientras por otro lado, espera que a los pies de árbol le hayan dejado justamente algún perfumito. Las convicciones suelen tener sus licencias, mecacho.

Fontanarrosa hace decir a Echenique, su personaje escritor de aforismos: Se aprende más en la derrota que en la victoria, pero prefiero esa ignorancia. Genialidad típica de dicho escritor.

Pero pienso, si a esto se le puede llamar así, y sin ánimo de refutar a Blaisten porque se entiende que su micro se dirige hacia otro lado: Así como aprendemos de la derrota, el simple paso del tiempo, ¿nos hace algo más descreídos?

Existen tipos que todo lo cuestionan refutando cualquier línea de pensamiento su cantidad de años como si eso fueran un síntoma de aprendizaje. Imagínese de ser así, lo difícil que habrá sido para cualquier pensador contemporáneo a la larga vejez de  Mahoma, ganarle una discusión.

Un breve cuento tradicional de oriente medio narra que un vecino le preguntó al hombre más viejo del mundo cuál era el secreto de la longevidad. El anciano respondió “no contradecir a nadie”. “Pero abuelo, usted no me querrá hacer creer semejante cosa”, dijo el vecino. “Entonces debe ser por otra razón, seguramente estoy equivocado” concluyó el anciano.

En fin. Sepan disculpar estas divagaciones. Los chicos escriben pero el paso del tiempo no los vuelve escritores.

Sólo sé que no sé nadar y que debido a eso me ahogué en un vaso de agua. Pero gracias a todo esto, puedo decir que sin mucha idea sobre que decir en este día cumplí con la última del año y que: Los chicos crecen, pero hay grandes que creen. A esto podríamos a titularlo el Subdesarrollo y la fe, y ya no sería tan gracioso como el microrrelato de mi admiradísimo Isidoro.

Si hay algo más al cuete que esto, es la pirotecnia —y sale sus mangos—. Así que ya sabe.

Felicidades, o algo que se aproxime, que ya es decir mucho.

(*) Escrito durante la noche del lunes 18 de diciembre.