EL TAMAÑO DE LAS BURBUJAS

EL TAMAÑO DE LAS BURBUJAS

Por Walter Rivabella

En medio del cañón, un grupo de turistas se detienen a contemplar la figura a la que llaman “submarino”. Es una formación rocosa natural que emerge en medio del río. Un niño grita entusiasmado: “¡Mamá: Godzilla!”, pero su madre rápidamente se encarga en aclararle que “si está escrito que es un submarino, es un submarino”. Pienso que el niño imagina un misil y lo hunde, para después construir su Godzilla. Una imaginación entre bélica y burócrata fantaseo que tiene el pobrecito.

Hay personas a las que les gusta descubrir en algunas formas cosas conocidas. En una época era experto en encontrar caras en las manchas de humedad de las paredes o animales en las nubes. Recuerdo que cuando tenía más o menos la edad de ese niño veía un enano en el dibujo de un mosaico del baño. Me pasaba largo rato sentado en el inodoro charlando con el chiquitín. No era muy interesante lo que tenía para decirle pero él más de una vez me ayudó a…perdón.

Los turistas, dejan de observar el “submarino”, voltean y comienzan a luchar por un mejor lugar en la cola del puesto que vende alfajores y gaseosas. Después observan las artesanías, todas piedras trabajadas a mano y en su mayoría: hipocampos; iguales de autóctonos que el submarino y la burbujeante cocacola que está tomando la que pregunta el precio a un artesano barbudo y ruliento, con una panza que saca la lengua a través de la remera de los “Stones”. Más piedras.

Contesta una cifra elevada —según la opinión de casi todos los que estamos ahí— y lo hace parcamente, como si no le interesara vender.

El esposo de la que preguntó le dice que “por este viaje basta, que ya no les queda muebles ni parientes para tanto suvenir” y suspirando rezonga “un billetito de acá, dos billetitos de allá…” mientras comienza a ceder, ya que la mirada ceñuda de la mujer le apunta directamente a la camiseta de los San Antonio Spurs, “recuerdo” del pueblo anterior y que a pesar de ser trucha le costó como dos hipocampos y medio.

El artesano, testigo de la situación y que ahora además de vender su producto está empeñado por convertirse en “los billetitos de acullá”, acerca un pingo de mar de los rosados a los ojos de la señora para que observe bien. “Se puede hallar en algunos de éstos, pequeñas burbujas de aire que dan vida a la piedra”, comenta con poesía de la económica, mientras señala un globito cercano al marsupium —en caso de que sea macho— y con gesto hipnótico sentencia: “lo que usted está pagando no es sólo mi labor, además, está contribuyendo con el invalorable trabajo de Dios”

“Deme dos, no importa el color, pero fíjese que tenga las burbujas medio grandecitas”, dice ella pensando en lo lindos que van a quedar como custodios de la virgen del tiempo que compraron hace añares en Luján.