LA CAÍDA DE LA FLECHA

LA CAÍDA DE LA FLECHA

Por Walter Rivabella

 A medida que fue pasando el tiempo, los riesgos se hicieron cada vez mayores. Mi padre siempre dice: “La vida del hombre es una flecha que sube hasta perder fuerzas y cae ganando velocidad.”

 Fui creciendo, es natural, mientras la vista de papá se fue deteriorando: lo natural va muriendo. «La caída de la flecha». Seguramente  sucedió lo mismo con la visión del resto de  los habitantes de nuestra comuna, la de Altdorf, pero prefiero creer que no.

Para nuestro bien, imagino que es todo gracias a la fama ganada merecidamente tras la primera vez que realizamos la proeza. Digo “nos hemos” aunque el resto de la aldea, sobre todo los muchachos de mi edad, continúan asegurando con malicia —me disgusta pensar que es envidia— que el famoso es él, mi padre, y que mi reconocimiento llegará  “el día del arquero”. Así decimos por aquí al referirnos de algo que no sucederá jamás.

Pese a todo, sigue siendo un placer escuchar los aplausos recibidos gracias a que nuestro público continúa  viendo ochenta pasos de distancia y una manzana, cuando en realidad hay ahora no más de cuarenta… y una sandía.

                    (Fragmento del diario íntimo del hijo de Whilhelm Tell).