SER MADRE

Por Andrea Cerdeyra

Mamá, una palabra inmensa, que nos abraza, nos sostiene y nos acuna. Ya desde la panza el latido de nuestro corazón repiquetea junto al de ella y ese cordón, visceral y simbólico a la vez, nos mantiene en comunión para toda la vida.

En ocasión de participar recientemente de la IV Jornada regional de Acompañamiento Terapéutico, tuve la oportunidad de escuchar la disertación de la Licenciada en Psicología Aurora Lucero, investigadora del CONICET, quién a través de su trabajo de campo introdujo una palabra, que yo realmente desconocía: maternaje. Se refiere al conjunto de procesos psico-afectivos que se desarrollan e integran en la mujer en ocasión de su maternidad (Recamier).

La importancia de los primeros mil días en la vida de un ser humano, los nueve meses en la panza, más los dos primeros años, son primordiales en la constitución de la personalidad y la forma en que aprenden.

Según la doctora: “La investigación me permitió acceder a un tipo de maternaje en el cual el vínculo temprano sostenido literalmente por el cuerpo de la madre, durante los primeros dos años de vida del niño, funciona como facilitador de los aprendizajes del niño“, explica. “Estamos hablando de niños que crecen en extrema vulnerabilidad socioeconómica, sin accesos a servicios permanentes de Salud, y, mucho menos, a la posibilidad de intervención psicológica en la primera infancia. Sin embargo, el vínculo que las madres establecen con los niños es un vínculo de respeto a los tiempos de aprendizaje del pequeño, pero siempre ellas presentes y acompañando dichos aprendizajes y desarrollo”, destaca. Es decir, el maternaje es la acción de sostener al niño de manera apropiada, lo cual tiene que ver con la capacidad que la madre tiene para identificarse con él, se puede pensar que el sostén que ellas les brindan a partir de llevarlos todo el tiempo cercanas a su cuerpo por medio de la kepina (tela con la cual transportan a los niños pegados a su cuerpo), no sólo les permite a la madres sostener a sus niños con los brazos, sino que el sostén se hace cuerpo a cuerpo dejando libre para el pequeño la fuente de alimentación primera que prevalece en estas comunidades: el pecho”.

Cuenta, que en una oportunidad acompañó a un grupo de madres Wichis al monte a buscar leña; cada una llevaba a su hijo en la kepina. Al regreso, cuando la tarde caía, una de ellas se detuvo, su hijo quería bajar. Lo ayudó a hacerlo y el niño se puso a jugar con las piedritas, ramitas, se subió a un árbol. Con cada logro miraba a su madre y esta, que en ningún momento había sacado los ojos de encima del niño, asentía con una sonrisa. Nunca  le dijo ¡apurate!, ¡ya es tarde!, ¡vamos! Cuando el niño hubo terminado, volvió a su lugar junto a la madre y reanudaron la marcha. Al día siguiente, esa mamá le regaló a la psicóloga una pulserita y le dijo “gracias por esperarlo”.

Ese ritmo de espera, ese contacto visual y corporal, esa predisposición natural a ser madres  son fundamentales para esta comunidad  en la crianza de sus hijos.

Quiero dedicar este artículo a las mamás que viven en nuestro Hogar del Pilar; cuatro jovencitas que comparten allí, con sus hijitos, las circunstancias diarias;  que están haciendo el tramo de educación secundaria y sus bebés van al Jardín  Maternal. Y desearles que nunca pierdan esa mirada con la que sostienen los fuertes lazos de crianza con sus hijitos.

Y para terminar, recordar eso tan lindo que los hijos nos permiten ser como mamá; un poema del escritor y filósofo español Miguel de Unamuno: “Madre, llévame a la cama”

Madre, llévame a la cama,

que no me tengo de pie.

Ven, hijo, Dios te bendiga

y no te dejes caer.

No te vayas de mi lado,

cántame el cantar aquél.

Me lo cantaba mi madre;

de mocita lo olvidé,

cuando te apreté a mis pechos

contigo lo recordé.

¿Qué dice el cantar, mi madre,

qué dice el cantar aquél?

No dice, hijo mío, reza,

reza palabras de miel;

reza palabras de ensueño

que nada dicen sin él.

¿Estás aquí, madre mía?

porque no te logro ver…

Estoy aquí, con tu sueño;

duerme, hijo mío, con fe.