PELO Y BARBA

PELO Y BARBA

Por Oscar Albelo

Hoy es ocho de Junio, me viene a la memoria algo que me pasó exactamente en la misma fecha, pero cuatro años atrás.

Tenía un turno para sacarme una resonancia magnética en un policlínico en la ciudad de

Pilar, el horario: las diez, mi hermano Gaspar comisionista viajaba a Buenos Aires, y amablemente tuvo la delicadeza de llevarme.

El policlínico estaba a siete cuadras de la autopista, después de insistirme Gaspar de llevarme al lugar establecido, siendo las siete de la mañana, me negué aduciendo que era temprano, me iría caminando, un poco descontento me preguntó: pero ¿y tu rodilla? Voy despacito y sin mucho esfuerzo, era justo la que me tenía mal, ya que la resonancia era en la rodilla.

Así fue que, después de despedirme, comencé la caminata despacio, el tiempo me sobraba, y cuidé no hacerme daño.

Me metí en un barrio pintoresco como salido del tiempo, con casas humildes como de los años del arrabal de Buenos Aires, con jardines llenos de malvones, glicinas, las casas pintadas delicadamente con colores fuertes, rojos, amarillos.

De pronto me encuentro en una esquina, en los escalones de una casa antigua, ¡un lustra botas!, parecía salido de un cuadro, el hombre de bigotes con franela en su rodilla dándole cepillo y pomada a un ocasional cliente.

Y en frente, una peluquería, en el medio de la vidriera unas letras escritas, PELO Y BARBA.

Caminando por ese lugar, daba la sensación haber retrocedido en el tiempo, serían unas cuatro cuadras, luego de caminar por tan pintoresco lugar, me topé con la realidad, casas actuales, la magia visual había desaparecido.

Llegué al lugar indicado, me presenté y una señorita muy simpática después de tomarme  los datos, me invito a sentarme…

Un lugar agradable, música, algunas revistas en una mesita ratona, una vajilla de cerámica repleta de caramelos, y bueno me dije: dos mil pesos, no está mal tal gentileza, en otros lugares, se te cobra igual y te atienden de mala manera, ya que no tenía obra social.

Estaba en tercer turno, pues me senté, tome una revista después de saludar a las personas presentes, eran como diez, porque es un lugar donde hacen estudios diferentes.

Me acomodé un poco apartado para leer la revista, pero enseguida una señora bastante mayor se levantó de su silla, se sentó al lado mío, pues apenas miré la primer página, ya la mujer comenzó a charlar, mejor dicho, a preguntar.

¿Usted que estudio se tiene que hacer, señor? Un papa-nicolau, le respondí. Comenzó a reírse y a golpearme el brazo con sus manos, los demás miraban sorprendidos la reacción de la mujer, sin saber que pasaba, yo también sorprendido, no creía que mi ocurrencia fuera tan efectiva, tras unos minutos de risas, se fue calmando y ahí nomás como para calmarle del todo, le respondí: vine hacer una resonancia magnética, que ni idea sé lo que es, ni cómo te la hacen.  Yo también vengo a hacerme una resonancia, dijo la mujer.  Es simple: te meten en un cilindro de metal, lo único que tiene que hacer uno es quedarse quieto unos ocho minutos aproximadamente.

¿En un cilindro de metal, le repliqué?, Sí, me respondió: en un cilindro de metal.  La señora me tomó de la mano. ¿Se siente mal señor? Se dio cuenta porque me debo haber puesto pálido. Yo sufro de fobia, le respondí, ¿me van a meter ahí adentro?.

Temor intenso e irracional, de carácter enfermizo, hacia una persona, una cosa o una situación, me lo dijo mirándome a los ojos.

¿Y eso que quiere decir? Le repliqué. La fobia me respondió, mi hija lo sufre y de tanto mirar en Internet me lo supe de memoria, pero no se preocupe tome esta pastilla, la misma que le indicó  a mi hija su médico de cabecera, me puso la pastilla en la mano ,se levantó y me trajo un vaso de agua de una heladera que había en lugar.

Mientras tomaba la pastilla veía como la señora se iba, le tocaba el turno. Ya un poco mas tranquilo volví a releer la revista que todavía tenía en la mano, habrán pasado unos diez minutos, la señora volvió, me dio la mano, un gusto conocerlo, vaya tranquilo,  no le va pasar nada, ¿tomó la pastilla? ¡Sí! le respondí sonriéndole.

Señor, su turno;  me dijo la secretaria desde su lugar de trabajo, mucha suerte. Gracias, le respondí, me levanté con una sensación rara, no mal, pero me sentía raro, no era mareo ni descompostura, pero era algo, no sé, no podía definirlo, me dirigí hacia el lugar, y les puedo asegurar me sentí como si estuviera en un baile, la verdad me comporte como un señorito inglés, ocho minutos metido en ese cilindro: la pastilla pensé, que suerte encontrarme con la señora.

Salí del lugar contento, miro la hora en el celular, las once, recorro los mensajes y pensé, voy a volver por ese barrio tan mágico que me había sorprendido, me detengo en la peluquería, me toco la cara, la barba de unos tres días, y el pelo, no pelo no, ya estoy acostumbrado a mi peluquero de tantos años, ¡pero barba si! me dije y entré, mas por curiosidad.

Abro la puerta, me sorprendo: creía encontrarme con una escenografía de antaño, pero ¡no!, solamente el sillón y nada más, ni espejo ni ningún elemento más, ni perfumes ni brochas ni estantes, ni tijeras, nada de nada, sólo una puerta al interior.

La puerta todavía abierta, volví tras mis pasos, cuando estoy por salir una voz: señor espere, ¿quiere mis servicios? Me volví pero no vi a nadie, entre señor, tome asiento, miré, silla no había por ningún lado, ¿usted viene a cortarse el pelo?, enseguida lo atiendo, en el sillón siéntese, barba dije, creía que no estaba en funcionamiento la peluquería, mirando hacia la puerta donde salía la voz.

Es que el cliente tiene que estar cómodo, con espacio, me contestó,  por eso no hay espejo ni muebles ni sillas.

De pronto apareció el peluquero, alto corpulento, las cejas tupidas que escondían sus ojos, barbudo, con un guardapolvo que tenía cortadas sus mangas, mostrando su velludos brazos, se dirigió hacia la puerta que estaba abierta, la cerró y le puso llave.  Me gusta que mi cliente este cómodo, que nadie interrumpa, respondió ante mi mirada, yo extrañado por la actitud, pero si viene alguien y está con llave no va entrar y usted se va perder un.., me cortó en seco, no, por qué yo cierro a las once y son y veinte , ¡nadie vendrá!, todos saben, que yo después de las once nunca corto, pues no hay problemas, me voy respondí, levantándome del sillón en el cual  ya me había sentado.

Tome asiento por favor, tras mis dudas, me tomó del brazo, y me acomodó en el sillón, un poco brusco.

¿Usted no es de acá, no? No, de Arrecifes, se me quedó mirando, de Arrecifes cuna de campeones repliqué, me puso la bata bastante agresiva, ¿Cuna de campeones?, los campeones no existen, eso lo inventaron para hacerse ricos los vivos, mientras sacaba del bolsillo una navaja bastante grande para mi gusto, los vivos, inventaron campeones, para aprovecharse de los sentimientos de la gente, ¿y usted como se llama? Felipe me llamo Felipe, ¡Felipe! es un pan, como puede llamarse Felipe, mientras exhibía la navaja contra la palma de su mano, y si…así me pusieron mis padres además yo era muy chiquito y no tenía opción de elegir, me sonreí, ¿de que se ríe? El chiste es para mí ¿no? ¡Pues yo soy el que me tendría que reír?, ¡no usted!, odio los que cuentan y festejan sus  propios chistes, decía mientras me ponía el jabón por la cara, odio los que se ríen de sus propias ocurrencias, ¡si claro! dije, mientras olía ese jabón con olor a flores podridas, arrugue la nariz ya muy incómodo me revolví en el sillón, quédese quieto le voy a cortar la cara que tiene hormigas en el culo, eso fue el colmo para ¡mi, la frase que rebalsó el vaso!, me levanté justo que este hombre,¿ hombre si se podía llamar? colocaba el jabón en un platito en el suelo, el detalle que se me había pasado por alto, tiré la bata por el suelo me levanté y me dirigí hacia la puerta, no sé cómo hizo tan rápido ya estaba apoyado sobre ella, usted no se va a ningún lado, usted dijo ¡barba! ¡Pues vaya al sillón! El trabajo no está terminado, miré para todos lados desesperado, peluquero dejemos todo así, ya no quiero sus servicios además no había empezado, ¿y el jabón?, mientras adelantaba su navaja amenazante, pues el jabón se lo pago, ya temblándome las piernas sin avergonzarme lo digo,  con mucho miedo ya a esa altura, diciéndome para mí mismo quien me mando a entrar acá y encontrarme con este loco, su voz me sacó del pensamiento, ¿y mi tiempo?, yo que cierro a las once y lo atiendo después de hora, ¿ eso no vale nada? llevándome amenazante hacia un rincón, pero usted ¡no está en sus sano juicio!, yo no le hecho nada, ¿porque se pone tan agresivo conmigo?, decía esto como para entretenerlo y descubrir un escape posible, pues miraba pero no veía nada a mi alcance, ni un objeto para defenderme, de pronto vi. la ventana de vidrio, nadie podía ver de afuera porque era espejado, será blindex pensé, me tiro por ahí, aunque me corte, en la vereda alguien me va ver y me va ayudar, porque veía que pasaba gente, y si grito mientras me escuchan este loco ya me pasó para el otro mundo, y ahí tome la determinación, con mis sesenta y cinco años estaba ágil a pesar de mi rodilla lesionada, arroje un puntapié con toda mis fuerzas, justo en los genitales, por suerte para mí, se tomó las partes, aprovechando corrí hacia la ventana y me tiré con todas las fuerzas, luego fue todo silencio para mí, silencio absoluto.

Abrí los ojos, me encontré en un lugar desconocido, me quise levantar y el dolor en un hombro me hizo recostarme de nuevo, ¿que pasó? Pregunté en ese lugar no muy familiar,  ¡tranquilo señor!, me dijo alguien, ahí vi su ambo de enfermera; tuvo un accidente, pero ya está mejor por suerte, me dice su nombre por favor? me preguntó. Tras un instante de dudas, Felipe Alzua, contesté, ¿qué clase de accidente tuve enfermera? Ahora le explico, señor Felipe, ¿de dónde es usted? De Arrecifes señorita cuna de campeones, ¡ahí recordé! ¡El loco ese! ¿Dónde está?, me puse nervioso, quédese tranquilo Felipe apoyándome la mano en mi pecho la enfermera, le explico usted, estaba en una peluquería ¿se acuerda? Sí, le conteste, pues ahí usted tuvo una reacción mientras Javier le estaba afeitando, me levanté y me senté en la cama a pesar del dolor, ¡si ese loco grandote disfrazado de peluquero!, con unos brazos de luchador, con una navaja así de grande, haciéndole gestos con las manos, no Felipe, Javier no es como usted lo describe, Javier ha estado desde que usted sufrió ese accidente, él llamó la ambulancia para que lo trasladaran acá al hospital, él está ahí afuera, ¿quiere verlo?,¿A ese loco ? a esa bestia ¡no! le respondí.

Está bien pero Javier sin conocerlo estuvo muy preocupado por usted.

Contó lo que paso en su peluquería, además la enfermera dudo unos instantes de su…, la enfermera busco la palabra justa, de su actitud, usted entró a la peluquería se sentó y quedó como dormido y de pronto se levantó y se tiró por la ventana, y ahí se desmayó y la ambulancia lo trajo hasta aquí.

Además hay testigos ya habían entrado dos cliente más antes que usted se arrojara por la ventana.

¡El peluquero es un grandote peludo de cejas tupidas!

La enfermera se sonríe, no señor, Javier es flaquito, muy fino, se acerca a mi y en voz baja me dice, es ¡gay!, ante la sorpresa mía, ¡se imaginan!.

Hágalo entrar enfermera, ¡no puedo creerlo! Y así era, ¡nada que ver! Javier era menudito, nada que ver a ese monstruo que me quiso matar.

Javier se acercó, lo siento mucho, no sé que le pasó,  usted entró a mi peluquería, se sentó me dijo: pelo barba, yo estaba en el baño, cuando entré, usted estaba sentado en el sillón, comenzamos a hablar y usted, el muchacho con vergüenza… como si usted estuviera ebrio, y en un momento quedó con los ojos cerrados, como dormido y susurraba cosas, y de pronto dijo ¡loco! ¡Se levantó! ¡Y se tiró por la ventana!, pero si yo no estaba borracho me defendí, dijo la enfermera, nosotros sacamos las pruebas de sangre, solo encontramos una sustancia de algunas pastillas, ¿usted toma pastillas para algo?, ¡ya sé!..

¿Cómo?? preguntó la enfermera, una señora mayor en el policlínico cuando fui a hacerme la resonancia, como sufro de fobia, me dió una pastilla, ahí fue el problema. Entonces don Felipe, contestó  la enfermera ¡la pastilla de la abuela! Javier me miró, dije: mira muchacho ¡perdóname! Los daños que ocasioné en tu peluquería, me voy hacer cargo de los vidrios rotos, es la publicidad  la que me dio hincapié para entrar por desgracia tuya y  mía a tu peluquería, ¡pelo y barba!