RECUERDOS

RECUERDOS

Por Mariel Carbonell

Quisiera tener mala memoria, y cual borrador de pizarrón de los de antes, pasar por mis recuerdos levantando polvo, pero sin que queden rastros de nada.

Y no, no es así.

Era una nena, entre 10 u 11 años, vivíamos en una quinta, donde habían nacido corderitos. Por supuesto, que cada uno era identificado por mí por un nombre, los llamaba, me  reconocían, con esos balidos lastimeros, tiernos e inocentes.

Pasó un tiempo y el dueño de los corderos comenzó a venir a buscarlos, era su negocio, los vendía para comer.

El pecho se me saltaba de tristeza cada vez que venía, y a su vez, rogaba que no se llevara a Trompita, mi más mimado y compañero.

Pero ese día llegó, el hombre bajó raudo de su auto y, con una soga, apartó al resto, y cercó al mio, (yo lo consideraba así).

Comencé a gritar, llorar, pedirle al señor que “ese no”, y a la vez fui corriendo mojada en lágrimas a suplicarle a mi papá que por favor lo convenciera, que se lo comprara para mí, para que se quede conmigo.

Entre gritos, llantos, recuerdo agarrarme la panza, pensando que ese dolor me desgarraría.

Mi papá no me respondió, miró para otro lado, salió afuera y saludó al hombre con la mano.

Por la ventana de mi pieza, veía como maniatado se llevaban a mi compañero fiel, quien respondía a su nombre, y me buscaba.

Me despedí de él susurrando, la angustia me había quitado la voz.

Me tiré en la cama, tapándome los oídos, para no escuchar el motor alejarse.

Ese día perdí un animalito que me fortalecía y nos brindábamos afecto.

Ese día, también perdí la confianza en mi papá, (sabía que él nunca podría salvarme de nada).

Ese día supe que mis fortalezas salen solo de mi interior.

Y supe que las súplicas solo a Dios.