LA MOVILIZACIÓN DE MAYO LES DIO MÁS PODER A LOS REVOLUCIONARIOS
Por Ema Cibotti
En 1810, Buenos Aires tenía 44.000 habitantes en su casco urbano. Cornelio Saavedra, el presidente de la Primera Junta, aprovechó la naturaleza popular del movimiento para hacer valer sus decisiones y seguir con los planes trazados.
Cómo imaginar las jornadas de Mayo de 1810? Nacidos en pleno siglo XX, definido como el siglo de la gente corriente, tendemos a asociar la Revolución de Mayo con un gran hecho de masas. Esta imagen es en sí misma atractiva, pero sólo ilustra nuestras urgencias, sobre todo las actuales, y no las de aquellos que fogonearon los hechos de 1810.
Que no haya habido, entonces, presencia masiva de gente en las calles, o en las plazas, no les quita méritos democráticos a las jornadas que se suceden a partir del día 21 ni le resta a la Revolución su carácter popular. Muy por el contrario, puesto en los términos de la época, hay un estado de movilización pública que no pasa inadvertido para los jefes revolucionarios.
De hecho, Cornelio Saavedra, el presidente de la Primera Junta, y Juan José Castelli, vocal, la usan para aprovechar la coyuntura y hacer valer su poder de decisión. Sin embargo —es cierto—, ninguno de estos hombres está en condiciones de medir la magnitud del movimiento que encauzan, aunque sí conocen lo suficiente para saber que pueden continuar.
Sin embargo, esta convicción, que es incluso compartida por los partidarios del viejo orden colonial, no permite discernir totalmente los rostros que siguen a los agitadores y se concentran frente al Fuerte y al Cabildo, en las dos plazas centrales (hoy de Mayo), entre los días 21 y 25. Es que, en rigor, resulta imposible saber cuántos son los miembros de aquella multitud que viene y va.
El debate sigue abierto entre los historiadores, y no puede zanjarse definitivamente, en gran parte porque los testimonios de época resultan también muy controvertidos. Muchos de ellos son tardíos, otros se desprenden de testigos (como Tomás Manuel de Anchorena) que en la fecha se mantienen expectantes, ajenos a la agitación y a la espera de hacer nuevos negocios.
A este último grupo, luego mucho más enriquecido, increpa ácidamente Saavedra en sus memorias, pues, como a otros, a él lo ha empobrecido la Revolución. Por otra parte, a los protagonistas de las jornadas no les interesa trazar el perfil de sus seguidores: están más preocupados en dejar asentado el lugar que ya ocupan en la lucha de facciones que abre el propio curso de la Revolución.
En definitiva, y con las reservas señaladas, se pueden establecer los hechos que dan cuenta de la naturaleza popular del movimiento de Mayo.
En 1810, Buenos Aires, capital del Virreinato, alberga en su casco urbano 44.000 habitantes. De ese total hay 3.000 adultos que pertenecen a las milicias urbanas que habían sido organizadas años atrás para combatir las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807.
Esta cifra es muy alta, y aunque ciertamente menor que la de los inicios, supone la existencia de una población masculina que en importante proporción vive bajo la disciplina militar.
En esos cuerpos no hay casi profesionales, pues son, en abrumador número, civiles en armas que perciben una escasa remuneración y mantienen sus otras actividades de origen para sobrevivir. Estos hombres se presentan en la Plaza, y sólo siguen a sus jefes pues son la garantía de orden frente al derrumbe de la autoridad colonial. Y a tal punto lo son que no habría que olvidar el rechazo de las tropas a la Junta encabezada por el virrey Cisneros, formada el 24 de mayo. Junto a estas milicias urbanas sacadas de los regimientos llegan a la Plaza muchos otros que pertenecen al pueblo llano.
¿Quién arrastra a esta plebe urbana? Los agitadores. Se los conoce como chisperos y aunque las acciones reales que se les atribuyen no estén suficientemente documentadas, marcan bien las intenciones del momento.
Van y vienen de los cafés a los cuarteles, mantienen contacto con los cabildantes y los hombres del virrey. Siguen a los jefes militares y a los oradores de la Revolución. El abogado José Darregueira, por ejemplo, asiste al Cabildo Abierto del 22 con el comandante de milicias Martín Rodríguez, del regimiento de Húsares. Otro abogado, Francisco Planes, también asiste, pero está enrolado en las filas de Moreno y Monteagudo, al igual que Julián Alvarez.
Son los decididos, palabra clave que aparece escrita en las crónicas como al pasar, pero que traduce muy bien la coyuntura del momento. El poder de decisión está en el pueblo. Un pueblo decidido a hacer la Revolución.