DE COMO NACE UN PUEBLO

DE COMO NACE UN PUEBLO

Por Walter Rivabella

     Recorriendo la pampa argentina, don Salvatore Bagni, una tarde de 1895 sintió unos incontenibles deseos de “mover el vientre” y eso que él de odalisca: ni la remota idea.  Así que tras la alarma declarada por el hipocentro decidió desviar su carromato del largo y angosto camino para perderse luego en un trigal esplendoroso.

     Desde allí, agazapado, acompañando con cierta enajenación  el balanceo dorado de las espigas, vislumbró una loma custodiada por una frondosa alameda, no tuvo dudas: ese sería su lugar en el mundo.

     Después de construir su casa de un modo precario, con los restos de los materiales utilizados -varios formaban parte de la carreta salvo el equino-  a la vieja usanza arquitectónica – actual en esos tiempos, claro-  se mandó un baño a unos metros de la casa, del otro lado de la loma.

     Meses después, otro peregrino también en apuros, vio con agrado desde la parte posterior del montículo, como el excusado lo esperaba con la puerta abierta. Agazapado del mismo modo que el anterior comprobó las bondades del lugar, y resolvió echar raíces. Un par de días más tarde, tras escuchar los relinchos del adelantado mancarrón intuyó que el lugar estaba habitado y subió la cuesta para bajarla luego y conocer al pionero, que generosamente resolvió compartir el retrete levantado por sus manos.

     Con el tiempo, casi repitiendo el modo, nuevos colonos fueron llegando a lo que desde aquel encuentro se dio a conocer como el pueblo de Bagni.

     Al cumplirse un año del establecimiento, finalizado el baile de celebración donde abundó el vino dulzón y la picante empanada, don Salvatore se levantó con urgencia de su catre y corrió bordeando la loma para evitar el esfuerzo de la cuesta. Los calzoncillos largos, ofrecían a la madrugada un extraño resplandor, como de luz mala. Al llegar al retrete, todo el orgullo de adelantado se le diluyó por las tripas. Delante de él, una larga hilera de apremiados se retorcían del dolor. Sus ojos fueron testigos de diversas ignominias jamás imaginadas: violentas escenas protagonizadas por el lerdo de turno versus el infaltable  intolerante.

    Cabizbajo, don Salvatore retornó deshonrando a su humilde lecho. A la mañana siguiente, al lado de su matungo, sorteó las ruinas llevando lentamente su casa a cuestas, mismo que el infatigable caracol que va dejando su vidriosa estela en la extensión húmeda de la planicie pampeana.

    Anduvo un tiempo desnortado sin prisa alguna, y fue recién a cientos de kilómetros del Bagni que supo fundar, cuando le volvieron las ganas. Curado de espanto, esta vez  realizó una construcción bastante generosa. Cuentan conocedores de nuestra patria, que ese lugar hoy en día lleva el nombre de Pozo hondo.