INMUNDO

INMUNDO

Por Walter Rivabella

Continuaban la charla cada vez que el juego entraba en el intervalo destinado a barajar y dar de nuevo. El tema en esos días —diciembre de 1999— estaba en boca de casi todos: el fin del mundo, o como le gustaba decir a Requena que le tocaba ser mano: “l’apocalisi”. Algunos, o la mayoría: para ser más preciso con la inexactitud, tomaban la cosa en broma. En esa mesa el asunto estaba dividido, salvo para Juan el loco, que sentado entre Basavilbaso y Lofreda, miraba el partido de truco sin emitir opinión. Ni drama, ni comedia.

Requena orejeó los naipes y en el momento justo que comenzó a palpitar treinta y tres de espadas, se le dio por hablarle a Juan el loco, tratando de distraer a los rivales con el propósito de pasarle la seña del siete a  Lofreda, su compañero en todo juego de naipes que requiera ser jugado en pareja, claro.

—Nosotros meta preocuparnos por el fin del mundo, y vos ahí boliando cachirlas. ¿Acaso no tenés nada que decir al respeto?

No era distracción la de Juan. Permanecía mudo porque esperaba con ansias el revuelo que se iba armar porque a “Basa” le había tocado el as de espadas y a Lofreda el de bastos. De tanto mirar había aprendido un par de cositas, pero no podía considerarse que supiera jugar. Mismo que en el amor, aunque ahí tarde o temprano es perdedor hasta el más hábil.

—Che abombau, a vos te hablo— insistió Requena sin lograr que el loco conteste.

El que cayó en la trampa fue Troncoso, el profesor, que sentado a la derecha de Requena y dejándolo de vigilar por un momento le preguntó al “público unipersonal”:

—Juancito… ¿No te causa al menos algo de temor la posibilidad de que se acabe el mundo?

— ¡Noooo! ¡Déjelo que se acabe nomas! Total en estos días me estoy yendo a Chascomús. Tengo parientes allá— Dijo esto y dudó si ése era el lugar o se trataba de Chivilcoy.

Los jugadores se rieron a mas no poder, sacudieron la cabeza suspirando y enseguida, con ese don de filosofar sobre descartes —tan propio en ellos aunque no fuera temporada de chinchón— arrojaron los naipes boca abajo y pensaron en voz alta cada uno a su turno pero desatendiendo el orden de la rueda:

—Qué barbaridá. Lo que quiere decir aquí el abombado, es un pensamiento muy localista sin ir más lejo’, típico de pajuerano que vive pa’ dentro valga el… o sea. En definitiva, su mundo es su pueblo— Expuso Requena gesticulando afectadamente.

—No. Para mí, el mundo del loco está en la cabeza. Como el caracol que lleva la casa a cuestas, pero con loco y cabeza. —Sentenció Lofreda y satisfecho se bebió la ginebra de un saque.

—El loco es un inmundo— Terció Basavilbaso elevando la voz. Juan, ahora dándose por aludido se olió los sobacos sin hallar pestilencia alguna, así que le restó importancia al asunto; igual había sido tan poca que dio cero como resultado. Ante la mirada desconcertada de los demás “Basa” continuó:

— M’explico. Tomando en cuenta lo expuesto hace instantes por el amigo Lofreda, déjenme aclarar que “in” viene del latín, o de un barrio cercano, y significa eso sí, “hacia adentro”. Es decir que el mundo del loco éste es para adentro pero no de un modo que lo emparente al lugar donde vive sino al cómo, dicho más claramente: de manera  in…trospectiva. ¿Se comprende?— Preguntó y enseguida se anotó tres maníes “in” boca, por lo que creyó un pensamiento flor.

—Momento, momento, momento— el profesor Troncoso mostró la palma de su  mano derecha paseándola por cada rostro y “momento”, y tras conseguir la continuidad del silencio acotó— Está muy bien amigo Basavilbaso lo suyo, pero no nos olvidemos, si es que alguno está enterado del tema, que “in”, en latín y no creo confundirme “de barrio” si no que estoy parado en el punto central, puede además significar negación o privación. Es decir que al llamar inmundo aquí a nuestro querido Juancito, podemos referirnos también a que el loco es un “no mundo”, o que tiene un lugar negado en el mismo cual paria intergaláctico.  Una especie de luna, de la cual se sabe entre otras cosas, que no es planeta porque debería como requisito fundamental estar en órbita, lógicamente alrededor del astro rey. La luna está de todos modos en el mundo aunque lo mire de lejos, cosa que podríamos también decir del loco este que a pesar de estar aquí pegadito, parece mirarnos vaya uno a saber desde donde. Hasta puede que el término lunático venga de ahí… no si no.

—Y si hay alguien que no está en órbita es Juan— acotó Florencio, el mozo, que venía con un recado para Troncoso. Le dijo algo al oído, y de inmediato éste se levantó:

—Perdónenme muchachos, la familia reclama—Saludó marchándose rápidamente hacia la salida.

— ¡Uy que tarde se hizo!, yo también me las tomo— balbuceó  Lofreda mirando el reloj que estaba colgado detrás del mostrador y que, como el ferné al que le hacía publicidad, invitaba a andar a las apuradas.

—Sí, mejor vamos— comentó Requena a Basavilbaso que no dijo nada pero emprendió la retirada escribiéndole a Florencio en el aire un “anotá” de los que hay que asentar subrayado en la libreta.

A medida que se marchaban, Juan los iba siguiendo con esa mirada de niño llorando, como de póster viejo, pero sin lágrimas.

Finalmente, cuando quedó solo, dio vuelta las cartas lamentándose por la interrupción del juego, “¡con lo lindo que se iba a poner!”. Resultaba ser que además del as de bastos, Lofreda tenía los otros dos naipes del mismo palo y seguro que a los gritos, se iba a mandar aquel versito que a él le gustaba tanto: “Para mi amor de Chacabuco, le llevo una flor…y el truco”, o algo por el estilo.

— ¡Chacabuco!— Gritó el loco Juan en medio del bar ahora casi vacío.

Ése en definitiva sería su lugar en el mundo, si el mundo se terminaba.