CON MORALEJA, SERÍA UNA FÁBULA. (Cuento)

CON MORALEJA, SERÍA UNA FÁBULA. (Cuento)

Por WALTER RIVABELLA

  Abrasa el sol la sabana hasta plancharla. Mientras avanzan, Maula y Mamadou, sienten que la espesura que se ve en el horizonte y en la que piensan descansar, queda cada vez más lejos. Mamadou observa detenidamente que a unos veinte metros de donde están ahora abochornados hay un pequeño y tupido arbusto llamado num-num, al que según su parecer recientemente le han comido los frutos.  Su sombra no alcanza para los dos, es por eso que le ofrece al otro que descanse allí primero.   Maula se niega y continúa andando rumbo al monte lejano. Su nombre significa “pequeño capitán” y quizás por esa razón el orgullo camina con él. Necesita además un poco de agua y sabe que la que queda dentro de la cantimplora de calabaza, tampoco es suficiente para ambos. Debido a ello propone:

 —¡Corramos una carrera, oh gran Mamadou! Un poco para distraernos y otro poco para ver quien se gana el agua que nos queda. Como para los dos no alcanza y tanto tú como yo necesitamos un buen trago… —  Mamadou sabe que a esta altura de su vida le resulta imposible ganar la carrera, pero su nombre, que significa “digno de elogio”, otrora había sido coreado repetidas veces por toda la tribu gracias a la rapidez que los años le quitaron. Además en el fondo, dormida gracias al arrullo de la experiencia, él también conserva un poco de vanidad.

— ¡Ah Maula, juna-y-gran-siete!— “Juna y gran siete” en bantú tiene un significado que me es imposible repetir, ni siquiera traducido—  ¡No puedo decir que no, aunque lo acabo de enunciar dos veces! Sólo me queda preguntarte hasta qué lugar quieres correr. ¿El arbusto quizás? Es la única referencia a varios metros a la redonda.

—El arbusto está muy cerca, oh gran Mamadou. Un experimentado atleta como tú,  ganaría solamente rememorando la más humilde de sus hazañas. Arrojaré mi lanza y donde caiga clavada será el punto a llegar. — Maula cada tanto se batía sus propios récords de lanzamiento en la tribu y alrededores, hasta se asegura que de haberlo hecho por deporte y no de un modo amateur, nadie hablaría por estos tiempos del checo Jan Železný.

Elevando sus diestras, chocaron las palmas sellando el trato y luego el propio Maula arrojó la lanza. Cien metros, de los de antes. Lo hizo otra vez. Como si fuera poco, él fue quien daría la orden de largada y encima correría sin lastre: lo único que cargó hasta ahí ahora los estaba esperando.

Largaron y ya antes de largar se le notaba al joven sacar ventaja nomás con la actitud.   Finalmente cuando Maula llegó, se puso a esperar que lo hiciera el otro, que recién estaba pasando muy lentamente cerquita del num-num. Cuando lo hizo  Mamadou, el ahogo de Maula ya no era provocado por la corrida sino por las risotadas.

—Congratulaciones, joven chita.

— ¿Encima de que te he vapuleado me llamas como a una niña?

— ¿Joven guepardo te gusta más?

—Ah, perdón ahora entiendo. Es que con las pulsaciones… ¡Gracias oh gran Mamadou! Cuando quieras te doy la revancha— exclamó Maula sin parar de reír, mientras descolgaba del cuello de Mamadou la calabaza que contenía el poco de agua.

 — ¿Te animas ahora mismo? Y como dicen en la tribu… ¿Por algo que duela?

— ¡Estás loco!…Pero si tú lo dispones de ese modo oh gran…

—Termina ya de llamarme así y préstame la lanza. Seré yo esta vez quien la arroje y de la orden de largada.  Maula titubeó un rato pero de inmediato aceptó sonriéndole con cierta lástima. Los brazos del anciano eran flacos y débiles, y su cuero era un pergamino oscuro donde la historia sacudió el plumín para escribir en otro lado. “Le sería imposible arrojar la lanza más lejos que yo y lo que es mejor aún, ni siquiera llegará a la mitad de mi marca. Esta vez me será más fácil todavía vencerle” pensó Maula palpitando otra victoria.   Mientras sopesaba el arma, Mamadou recordó  extendiendo su mano libre:

—Hasta alcanzar la lanza.

—Hasta alcanzarla— repitió el joven atleta sellando el pacto fuertemente.

 Mamadou se dio vuelta rápidamente y apuntando con un ojo cerrado hacia el arbusto, ejecutó el tiro. La lanza cayó e inmediatamente, desde el interior frondoso del num-num salió corriendo un jabalí con lo que ahora podríamos llamar jabalina incrustada en la parte trasera de su lomo.  Después de dar un par de vueltas, el animal rumbeó hacia el norte, donde estaba el monte. Al pasar frente a ellos, Maula intentó correr hacia él  pero el viejo se lo impidió.

—Quedamos en que yo daba la orden, recuérdalo oh joven atleta Maula.

Recién cuando calculó que el animal los aventajaba unos doscientos metros, de los de ahora, el anciano pegó el grito de “ya”, siempre en su dialecto bantú claro, que en dicho término suena bastante parecido al castellano.   El joven atleta salió corriendo nuevamente a la velocidad del guepardo mientras el viejo parecía hacerlo a lo elefante. Cuando sobrepasó los doscientos metros, maula disminuyó notoriamente la velocidad y en los trescientos cayó rendido.   Minutos después, Mamadou lo sobrepasó y tras asegurarse de que su contrincante seguía con vida, continuó con su ritmo rumbo al monte. Si hasta en un trecho bastante largo se dio el lujo de ir un poco más despacio, algo que parecía imposible.   El monte primero se tragó al jabalí que llegó agonizando y un largo rato después a Mamadou que no le sacaba gran ventaja en fortaleza. Entrada la noche, llegó Maula con el orgullo despedazado y con su enteramente adolorido y se internó en el monte hasta divisar las llamas. Se sentó junto al fuego enfrentando a Mamadou y permaneció en silencio un buen rato, como esperando la palabra del vencedor.

— ¡Ah Maulita, joven atleta! Tu velocidad es envidiable pero habrás entendido que la sabiduría es casi invencible, y digo casi también por sabio no por humilde…Y si viene bien acompañada de buen ojo y re-sis-ten-cia te diría que… — Así comenzó a hablar Mamadou, mientras hacía la digestión, hasta que agregó señalando al joven con una tibia ya más fría que caliente— Sírvete un trozo de jabalí, está exquisito, modestia aparte. Mientras tanto pensaré como me cobro la apuesta.  Luego, después de chuparse los dedos, bebió algo de sangre del animal y como nunca, largó una carcajada que al otro no le hizo nada de gracia.