EL NOVILLO CEBADO
Por WALTER RIVABELLA
Sin una mísera moneda de la herencia que pidió por adelantada, el hijo pródigo volvió vencido a la casita de su viejo.
Cuando el padre a la distancia lo vio venir, eufórico corrió a su encuentro. Previamente ordenó a sus criados que prepararan la mejor de las vestimentas, un par de sandalias nuevas y hasta un anillo: primeras ofrendas para quien había regresado.
Como sabemos gracias a Lucas, al estar otra vez frente a frente después de tanto tiempo, el que había regresado se disculpó con aquello de: “Pequé contra el cielo y ante ti. No merezco ser llamado hijo tuyo”. Palabras que al parecer bastaron para el anciano, que de inmediato mandó a uno de sus criados a matar al novillo cebado para celebrar una fiesta.
En lo mejor de la celebración, el primogénito volvió del campo donde estaba trabajando arduamente, incluso haciendo la parte que le hubiese correspondido al que estaban agasajando. De lejos escuchó la música y vio como algunos de los criados bailaban. Uno de éstos, que se había alejado un rato por orden de su vejiga —dato que el apóstol posteriormente santo omite en el capítulo 15 de su evangelio y en los demás—, al coincidir con la parva de pasto en la que el mayor se había ocultado para espiar desde lejos, comenzó a enterarlo de los sucesos al mismo tiempo que iba hallando alivio.
Indignado, el hijo trabajador fue al cruce de su padre para hacerle el reclamo que él creía valedero.
“Hace tantos años que te sirvo, y no he recibido jamás ni un cabrito para comer con mis amigos. Ahora que ha venido este hijo tuyo, matas para él el novillo cebado”; comenta Lucas entre otros detalles que no valen la pena repetir; tenía un día milagrosamente chismoso a juzgar por esos datos.
“Hijo, tu siempre has estado conmigo, pero este hermano tuyo estaba muerto y ahora ha vuelto a la vida”. El cronista aquí dice que el padre agregó a lo dicho: “Estaba perdido, y ha sido hallado”, pero para ese momento su hijo mayor ya no lo escuchaba, pues rumbeaba hacia donde su hermano con la copa alzada, no paraba de brindar.
En silencio se puso a escuchar las anécdotas de viaje que contaba a los presentes, y que éstos, ensalzaban al tiempo que se llevaban más carne y vino a la boca. Vio a su padre reincorporarse al jolgorio y hasta le pareció más joven.
Trató de mantener la calma, pero la demostración de cariño para con el pródigo era tal que un arrebato de ira, celos desde ya, le hizo desenvainar la daga para darle muerte a su hermano del mismo modo que uno de los criados del dueño de casa, a media tarde, lo había hecho con el novillo.
Esto nunca fue contado por Lucas, porque sencillamente ni siquiera lo sospechó.
Algunos —fariseos, a decir de los más fieles— comentaron que el padre tras el fatídico acontecimiento —no sin antes despejar apenas una nube de indignación y desconcierto— resolvió castigar al primogénito sacrificándolo en caso que el mismísimo Dios le enviara una señal. Otro degüello pero en honor al Creador; una pena…todas, en Su nombre.
Se agregó que un criado al parecer tan aturdido como su amo, le comentó que quizás la sangre derramada era una señal por descifrar recordándole que el Altísimo no era otro que el que había pergeñado la muerte de Abel: fratricidio a destacar por los hechos recientes pero no menos aberrante que el castigo a los Sodomitas o la décima plaga de Egipto, entre tantos.
Mentado el caso de Caín fratricida de Abel, el anciano pensó en obrar a la manera ejemplar del Señor, ordenando a su hijo mayor ni más ni menos que el destierro.
Contaban además los indignos —llamados así por los poseedores de una fe de no creer— que tras los hechos, el padre, colmado de dolor pero también de misericordia, se convirtió ni más ni menos que en el creador de la historia que Lucas recopiló para convertirla en la tan mentada parábola. También él le habrá puesto lo suyo, así que vaya uno a saber.
Demetrio el apóstata, indigno ejemplar, asegura en “Si te digo te miento” —su libro de memorias escrito por la década del noventa d.C— que el fratricida durante la primera noche de su destierro, alejado hasta de la pena, ya soñaba con las aventuras que se le presentarían en el camino y todo lo que tendría para contarles a sus criados el día que regresara a hacerse cargo de su herencia.
“Hablaré paladeando el mejor de los vinos y con la boca llena de grasa, mientras me deleito con el mejor de los novillos cebados”, asegura Demetrio que dijo el hermano mayor: el obediente, el arraigado, el laborioso, el desafiante, el fratricida, el desterrado, el caminante, el volvedor… el que a pesar de ser todo, no pudo dejar el papel de relegado en cualquiera de las versiones de esta historia.