DÍAS DE DOMINGO

DÍAS DE DOMINGO

WALTER RIVABELLA 

Ni siquiera Dios tuvo nada que hacer  (Sobre el domingo)

                                                                      ANDRÉ COMTE SPONVILLE.

Sus padres lo llamaron Domingo como si de antemano supieran que iba a ser lánguido y melancólico. Ajeno a la fiesta e intrínseco a la siesta anduvo sonámbulo gran parte de su vida, dibujando con sus pasos el infinito en el patio mientras lo finito se desdibujaba a su alrededor. “Todos los domingos es ningún domingo” le habían dicho y él en el fondo coincidía: era y no era.

Fue uno cualquiera —mismo que tantos— con la diferencia que en ése se sintió como a las seis de la tarde en invierno. Tarde para fútbol y temprano para dormir, sentó sus años en el banco de la plazoleta y se puso a ver como pasaban los demás. Los autos calesiteaban en la vuelta del perro y él, sin sortija se mareaba de verlos pasar. Los mismos coches, los mismos conductores y los mismos acompañantes boqueando pegados a las ventanillas como si fueran peces a los que les faltaba el aire. Sin excepción, boqueaban hasta los de River. Los bagres bigotudos que tenía por alpargatas, animales de costumbres empezaron a moverse: preferían dibujar el ocho. Lo estaban obligando a levantarse cuando vio que María se sentaba a su lado. El gol que se escuchó desde una radio era una repetición, pero cayó con la gloria de los hechos en tiempo de descuento.

— ¿Có- com- como va la vida?— Preguntó Domingo con la garganta titubeante como la de los gallos en el umbral de un amanecer en el que sol se demora en salir.

— Acá andamos, un día de miércoles.

— ¡Atenti que días de ésos tengo para ser dulce!

—Ojo, he dicho de miércoles, no de mierda. Y dije así porque siempre ando como en el medio de alguna cosa que no se sabe bien que es, ansiosa por empezar eso que se supone que ya empezó, y con todas las ganas de terminar lo que aún parece tiene que seguir desarrollándose. ¡Miércoles!

Por un lado Domingo la escuchaba atentamente y pensaba que si bien “todos los domingos es ningún domingo” hubo uno que fue el día del Señor para que fueran todos: quizás éste era el suyo.

Así, varias vueltas después cada cual fue encontrando una sortija para una vuelta más mientras su alrededor seguía girando a las boqueadas, a la espera de un poco de aire o de morder el anzuelo que los saque de ese estanque. El antiguo día del sol, para ellos era oscuro y barroso.

Con ambas miserias hecha una, ahora andan juntos por ahí, pachorrientos pero con ganas de empezar, con todo por delante y por hacer, ya que para eso se despuntaron lunes y no sábado por ejemplo, que viene a ser poco entero y criollo ya que se sabe: es un día de mediodía inglés, si es que no lo miramos con los ojos de Yahvé, que durante esa jornada descansa como que hay un Dios.