Todos los días, día del niño
Por Andrea Cerdeyra
“Juguemos en el bosque cuando el lobo no está… ¿Lobo está?…”
Recuerdo esta frase y vienen a mi mente muchas imágenes relacionadas con una infancia, ni mejor ni peor que otras, pero sí, una infancia diferente a la que se vive en la actualidad: juegos al aire libre con la recomendación de volver a casa “antes que oscurezca”, el elástico, la payana, la escondida y la mancha agachada, entre muchas otras.
Y compartir un ratito, aunque fuera corto, con alguien que te cantara “Estaba la paloma blanca…” y además te contara el cuento de Caperucita, o los tres chanchitos.
Hay cosas que cambian, se modifican, evolucionan; seguramente a los niños de hoy ya no les cantan las canciones de ayer, pero si otras o comparten espacios con otros relatos de aventuras y juegos de mesa.
Desde 1991, con la ratificación de los Derechos del Niño, los más pequeños pasaron a ser sujetos de derecho y la aparición de las nuevas tecnologías, dio origen a nuevas formas de crianza.
El mundo de la imagen nos invade y los niños están más expuestas a ellas con impresionantes colores, movimientos y sonidos, pero todo, todo, muy artificial, sin caricias que alienten, sin miradas que aprueben o desaprueben, sin, sin, sin.
¿Por qué no volver al olor inigualable del papel de un buen libro, de la suavidad de las ropitas de la muñeca, de la pelota desinflada que seguramente alguien les va a inflar, de los ladrillitos…? y después del cansancio del día, de la escuela y del juego, que mejor que la voz dulce de mamá, el sonido algo ronco de papá o la voz compinche de algún hermano o de la inefable abuela, para leerles el mejor cuento, desde un libro o desde la imaginación del ocasional narrador, para recuperar entre mundos posibles, la imaginación de ser libres.
Porque así es, la lectura, el poder de la palabra, la educación, son las puertas para la libertad de pensamiento, para que los niños sepan que pueden usar la palabra como arma inigualable para soñar despiertos, para crear refugios, para expresar ideas, para pedir ayuda, para decir te quiero…
Los niños deben ser amigos de la tecnología; es inevitable porque es parte de la generación en que nacieron. Pero tener en cuenta que la sobreestimulación no es beneficiosa y que siempre está la alternativa del contacto cara a cara y una buena lectura o la invención de una mejor historia para abrazar a los niños con un ratito de nuestro tiempo.