EL DIA QUE SE DETUVO TODO
Por Martin Ullúa
Lejos de querer ponerle poesía a una simple reflexión, quisiera en este momento tener la lucidez que habitualmente no tengo para que aquellos que vivimos o pensamos vivir rodeados de hechos artísticos o eventos culturales, y dejar una mirada propia que nos de paciencia para esperar y empuje para avanzar cuando esto termine.
El día que se detuvo todo enfoqué todas mis energías en reflexionar sobre lo que podía llegar a suceder. Lo primero que recordé fue el día en que decidí alejarme de mi actividad artística y empezar a verla desde afuera. El resultado fue que empecé extrañar tanto que volví mucho mejor y más enfocado.
Descubrí también el nivel de improvisación que existe en nuestras actividades, al punto de dejarnos aislados de todo y sin herramienta posible ante casos como estos. Pero, ¿es improvisación o no queda otra?, sabía que si lo analizaba iba a concluir en que el arte (o muchas ramas artísticas) no existen sin rozarnos, sin mirarnos de cerca, sin respirarnos. Por lo que me permito la duda.
El día que se detuvo todo supe que había que esperar, y esa era la clave. No hay que pensar en cambiar nada, porque nuestra actividad tiene muchos años y mucha historia detrás como para pensar en cambiarla en una cuarentena caprichosa. “Cuando esto termine volveremos a abrazarnos”, se reza por allí, sin saber que nosotros, los que decidimos avanzar en la vida por el camino de la cultura y el arte consideramos el abrazo como el corazón para vivir. Nos abrazamos como lo hace la gente pero también en miradas, en aplausos, en reuniones, en elogios y en críticas.
El día que se detuvo todo confirmé una vieja teoría que goteo por donde puedo desde hace muchos años, y tiene que ver con incentivar a los jóvenes a estudiar y desarrollarse en el arte pero a entender que nuestro país tiene una concepción distorsionada del artista y que si uno quiere ser feliz en este ambiente debe formarse laboralmente o profesionalmente en otro ámbito y tomar el arte como un trabajo extra y nunca primario (Pues, si alguna vez será nuestro principal ingreso, de seguro no habrá dependido de nosotros). Lo supe después de conocer a cientos de artistas que alguna vez (como decimos) comieron faisán y pasaron la mayor parte de sus vidas comiéndose las plumas. Precisamente me marcó muchísimo la repentina y programada muerte de Gianni Lunadei, quien después de golpear mil puertas rogando trabajo, y a pesar de sus sobradas cualidades artísticas decidió quitarse la vida.
Para adelante, una vez que este revuelto golpe de energías aplicadas se estabilice, nos quedará volver a encontrarnos. Y será nuestra tarea hacerle entender al público que lo artístico es fundamental y muy necesario para el alma que envuelve nuestras vidas. Que para el ser humano denominado “público» es necesario para el desarrollo de su vida intelectual y espiritual, tanto como para el denominado “artista» que nada es sin el anteriormente nombrado. No existe obra teatral sin público, ni cantor sin orejas ajenas, ni sirven las horas invertidas por el pintor si después nadie aprecia su obra.
Quizás podamos utilizar la experiencia para saber que a pesar de la economía golpeada que quedará, debemos volver a incentivar el consumo del arte, pero no debemos dejar de formar artistas, no debemos ser nosotros los que nos demos el lujo de excluir público o alumnos por no poder pagar entradas o clases.
Y un asterisco final y para imposible de esquivar será demostrar que las frías pantallas, por más «D» que tengan, jamás podrán reemplazar la energía que forman lo artístico y el público en un mismo lugar.