DIA DEL PADRE

DIA DEL PADRE

Por Marcos Laurens

Nos toca vivir una época turbulenta, no querida ni imaginada, con la llegada de noticias tristes diariamente, con pérdidas irreparables de vecinos, amigos, familiares, pero con sentimientos encontrados, ya que, a pesar de los golpes, debemos seguir adelante, sin lugar a dudas. El motor que nos impulsa y que nos da la energía que necesitamos para sobrellevar la pandemia mundial en la que estamos inmersos es la familia. Y qué mejor que renovar el espíritu, sabiendo que, en pocos días, se viene una nueva conmemoración del Dia del Padre.

Pensemos en cada uno de nosotros, en nuestros seres queridos, donde éste festejo, quizás represente el factor de unión deseado luego de tantos sufrimientos. Así, es extremadamente importante no saltarnos este año el Día del Padre. Sabemos que se han suspendido fiestas y celebraciones a lo largo y ancho del país, pero es importante mantener estos eventos familiares, aunque sea a la distancia. El coronavirus está poniendo nuestro mundo patas para arriba; tuvimos, tenemos y tendremos, casi seguramente, que cambiar hábitos, costumbres y tradiciones. La preocupación por nuestras familias está muy presente, la incertidumbre sobre el futuro, las dudas y por momentos también, el miedo, a veces, muy angustiante. Pero si hay algo de lo que no nos puede privar ni un virus ni una cuarentena es de seguir queriendo a los nuestros, de apoyarnos entre nosotros en estos momentos y de seguir agradeciendo al mejor padre del mundo.

El Covid-19 nos ha puesto a prueba y aún no sabemos cuándo terminará éste flagelo. No nos queda otra opción que resistir. Y es aquí donde entra en juego la resiliencia, esa capacidad de levantarse y seguir adelante después de situaciones difíciles y dolorosas afrontando todo aquello que la vida nos presenta y superando todos obstáculos que encontramos en el camino. La resiliencia, característica plena y hasta diría, endémica de los argentinos, favorece la adaptación a las experiencias adversas. El término “resiliencia”, gestado inicialmente con relación a la flexibilidad y resistencia de un metal y su capacidad de recobrar su estado original ante determinadas pruebas experimentales con el fin de determinar la calidad del mismo; a nivel humano, es la capacidad de resistir, adaptarse y superar las adversidades. Es la fuerza interna que nos impulsa y nos permite transformar las inclemencias de la vida en motivación para crecer y ser más fuertes. Rutter define la resiliencia como “el fenómeno por el que los individuos alcanzan relativamente buenos resultados a pesar de estar expuestos a experiencias adversas”. No representa la inmunidad o impermeabilidad al trauma sino la capacidad de recuperarse en las experiencias adversas. Sin embargo, para otros autores no es una mera resistencia a la adversidad, sino que hace referencia a la capacidad de crecer o desarrollarse en los contextos difíciles. Es una capacidad con la que todos contamos en mayor o menor medida, sin embargo, esta puede desarrollarse. El ser resiliente no es sinónimo de no experimentar dolor, angustia, tristeza, etc. Sino de poder sobreponerse a ello y fortalecerse. Las personas que son resilientes se comprometen consigo mismos, desarrollan inteligencia emocional, toman el control de las situaciones difíciles, se mantienen abiertos a los cambios, son creativos, poseen buena autoestima, son optimistas, tolerantes a la frustración, toman las cosas con humor y se adaptan a las circunstancias. Algunos autores tales como Viki Morandeira destacan como pilares de la resiliencia: la autoestima consistente, la Independencia, la sociabilidad, la autoexigencia, el humor, la creatividad, el pensamiento crítico y manutención de valores.

Me quiero detener en el último de los pilares mencionados, porque si de valores hablamos, el espejo donde quisiéramos vernos reflejados siempre, sería uno donde estuviera la imagen eterna de nuestros papás. Ellos, con su ejemplo, nos marcan el camino, nos dicen que todo es posible si se hace con honestidad, con esfuerzo, celebrando el mérito y buscando día a día, crecer, madurar, envejecer bien, para ser mejores. Y no hablo sólo de éxito sino de cualidades personales que nos transformen y formen en personas de bien, que respeten las reglas, leyes, la Constitución y, por sobre todas las cosas, que cuiden al prójimo, siendo solidarios constantemente. O sea, autoexigentes en ser, jornada tras jornada, mejores seres humanos.

La llama que enaltece los nobles espíritus y nos muestra el camino, y que se mantiene encendida de sol a sol, se alimenta con la familia. El ser padre nos despierta marcándonos a fuego el corazón, porque el camino enseñado y mostrado por nuestros papás, ahora debe ser transmitido a nuestros hijos. Ellos esperan de nuestros consejos, nuestras palabras, nuestro amor. Y no deja de ser una sana retroalimentación, donde la familia toda empuja para no equivocar el noble camino.

Festejemos el Día del Padre disfrutando la mirada, las sonrisas cómplices, los abrazos, de nuestros hijos, que son y serán, herencia pura de nuestros papás. A ellos, por siempre, agradecimiento eterno y, por sobre todas las cosas, ¡salud!