LA PRIMAVERA  EN EL ARTE Y EN  LA LITERATURA

LA PRIMAVERA  EN EL ARTE Y EN  LA LITERATURA

Por Andrea Liliana Cerdeyra

“Ahora que viene el tiempo de los pájaros

y de los brotes en las ramas y la blancura

del almendro,

ahora que salgo al aire por las tardes

y riego plantas y veo cómo la tierra bebe

el agua,

ahora que se agitan las polleras

al murmullo de la brisa,

ahora que los niños conquistan el baldío

y construyen refugios y saltan vallas,

ahora que en el barrio las mujeres se sientan

a la sombra de los fresnos y toman mate

y hablan,

yo miro a cada instante hacia el Oeste, hacia

tu casa.”

María Teresa Andruetto, Argentina (Aº Cabral, 1954), Pavese. Ediciones Argos. Córdoba. 1997

 

Leyenda Quechua: LA PRIMAVERA

Hubo una época muy lejana en que la tierra solo conocía una estación: el invierno.

El frío era intenso, la nieve cubría llanos y montañas y las plantas no tenían colores: eran rugosas y opacas.

Cierta vez los hombres partieron en busca de alimentos, que tanto escaseaban, y las mujeres se quedaron cuidando el fuego. El cielo estaba oscuro, presagiaba tormenta.

Y así fue. Un trueno y luego, el viento y la nieve.

Los días pasaban y los hombres no regresaban. Los niños lloraban por sus padres y los abuelos por sus hijos. Las mujeres trataban de mantener la calma para no generar más malestar.

Una madrugada, cuando casi todos habían perdido las esperanzas, aparecieron en el horizonte los hombres.

Extenuados, muertos de frío, ni podían contar las penurias que habían pasado en las cumbres. Pero había algo…algo que no podía dejar de contarse. No traían con ellos a Sumac, un adolescente valiente y noble, que se había perdido en las nieves.

La madre de Sumac, desesperada, corrió a la montaña mientras sus pies se enterraban en la nieve. Se escuchaba su voz llamando a su hijo: «¡Sumac, hijo! ¡Sumac!» Y así se perdió de la vista de todos.

Avanzó y avanzó hasta quedar rendida. Fue cuando entonces oyó la voz de Sumac. La desesperación agudizó su ingenio y pudo rescatar al muchacho casi helado. ¿Adónde lo llevaría?

El viento le habló, diciéndole: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo»

La madre, con Sumac en brazos, ascendió de una montaña a otra, y en otra y en otra más, pero el cielo estaba siempre tan alto…

El viento insistía: «Sube con tu hijo a la montaña más alta y toca el cielo»

De pronto, un remolino la envolvió dejándola en la cumbre de un cerro altísimo. La mujer, cayendo de agotamiento, tocó las nubes que se abrieron como un gran cortinado. Un trozo de cielo del más puro celeste se fue agrandando. De él brotaron los rayos de un sol radiante, y deslizándose por ellos bajaron pájaros que poblaron la tierra de trinos y aleteos, mariposas multicolores llegaron hasta las plantas en busca de flores que acababan de nacer…El viento se transformó en suave y tibia brisa, se deshizo la nieve y el agua cristalina corrió en cascadas juguetonas.

Sumac volvía a la vida mientras su madre alzaba los brazos al cielo agradeciendo a Inti, el Dios de sus antepasados, el milagro de la primavera que nacía.

Cuentan que desde entonces después del invierno llega la primavera como madre amorosa, para poner su nota de calor, belleza y colores en los campos helados de la tierra.

 LA ESCULTURA

La eterna primavera es la obra del artista Auguste Rodin , se realizó a partir de un solo bloque de mármol blanco entre 1901 y 1903. Aparecen los personajes mitológicos de Dante Paolo y Francesca, condenados a permanecer sellados hasta la eternidad.

La sensualidad del cuerpo femenino arqueado, tenso hacia los labios del personaje masculino, se integra perfectamente en la composición. A esta curva ascendente, responde el amplio movimiento del hombre que domina el espacio. La obra de Rodin tuvo tanto éxito que fue varias veces editada en bronce y en mármol.