LA PRINCESA NATALIO
Por Roxana Roman
A continuación publicamos el cuento ganador del 3er premio del Certamen Literario organizado por cultura de Capitán Sarmiento, genero cuento categoría A: pertenece a Roxana, cuyo seudónimo fue “Cattleya” en homenaje al primer niño de tres años en Ecuador que quiso ser niña.
Al nacer me llamaron Natalio, pues un niño nació. Me dejaron mi hermoso cabello rubio crecer y me vistieron con jeans y remeras. Ya a mis cuatro años, el espejo reflejaba lo que nunca quise ser.
Mi habitación tampoco. Entonces con telas de diferentes colores creé mi lugar especial, mi carpa, llena de almohadones con lentejuelas y plumas. Del techo colgaban origamis y estrellas. Construí mi propia casa de muñecas con cajas y témperas donde habitaba Cenicienta, mi princesa favorita. Mamá y Papá consentían estos juegos. Sobre todo, mamá, quien llenaba mi biblioteca, lustrosa, desbordada de cuentos de todas las princesas para leérmelos antes de dormir. Era un ritual encantado, donde la complicidad entre mamá y yo olía a caramelo. Nos adentrábamos en la magia, donde todo era perfecto y posible.
Mi momento preferido del jardín, la hora de los disfraces. Coronas, tacos altos, tutus de tul rosa. En ese instante podía ser quien deseaba ser, pero con otros, con mis compañeritas. Quería que ese momento sea eterno. Que el tiempo pare, los relojes se detengan. Quería seguir siendo la princesa. Era muy difícil para mí entender que esa hora finalizaba y me escondía bajo la mesa del aula. El enojo por no seguir disfrutando lo manifestaba con gritos y manchas rojas y negras en mis trabajitos de arte. Algunos de mis compañeros se burlaban, otros me defendían. Aun así, no existía dolor, ni angustia. Todo en mí era seguridad, plenitud, exploración y disfrute.
Llegó el día de mi cumpleaños número cinco y la torta era rosa, caserita, hecha por mamá con mucho amor. Terminó la fiesta y papá invitó a mamá a tener una conversación. ¿Sería sobre lo que yo estaba experimentando? Pues sí, se sinceró con ella sobre una ocasión especial cuando papá me bañaba y escondí mis genitales entre mis piernas.
Para papá mi actitud no había sido normal. Le planteó a mamá que deberían llevarme a un psicólogo infantil. Mamá no sonreía esta vez. Sus lágrimas caían sobre su rostro suave y no estaba de acuerdo con papá. Para ella, yo me estaba descubriendo, descubriendo mi cuerpo. Situación normal de un niño de mi edad.
Porque nací niño, lloré como niño, me nombraron como niño, Natalio. Pero yo soy Natalio, la Princesa. Siento como niña, elijo como niña. Mi habitación es de niña. Todo en ella, habla de mis secretos. Su belleza, su calma, su misteriosa fantasía. Sólo el sol y la brisa que entran por su ventana son testigos de mis juegos. Amo las historias de princesas con vestidos pomposos. Amo la dulzura de mamá cada noche cuando lee. La ternura de estar juntos pestañando un final feliz.
A veces pienso, quienes no me comprenden, corren tanto que no saben a dónde van. En cambio, yo camino muy despacio de la mano de mis padres porque sé a dónde quiero llegar.
Me nombraron Natalio, pero yo decidí ser Princesa. Sé que soy varón y sé sobre la diversidad. Soy yo quien decide, es la mirada del otro que me quiere ver a su manera, de acuerdo a un estereotipo marcado por la sociedad. También hay dragones en los cuentos que te quieren devorar. Dragones que lanzan llamas de sus largas lenguas y son gigantes. Yo no les temo. Los respeto, aun con su piel áspera y su cola punzante. Sus ojos rojos y su vuelo. Son diferentes a mí. A veces los imagino con vestidos y tiaras y se ven muy divertidos. Y ya no parecen tan malos. Porque así lo decidieron quienes escriben los cuentos. Que se vean temibles. Como así también decidieron que los varones deberían jugar con autitos y las nenas con muñecas. ¿Acaso temen que ello defina su identidad sexual?
Y si así lo fuere, ¿Por qué no aceptarlo? Hoy me gusta disfrazarme de princesa. ¿Ello impedirá que sea un buen estudiante? ¿Un buen hijo? ¿Un buen amigo? ¿Un buen padre? ¿Un buen ser humano?
Pues queridos dragones, con sólo cuatro años les digo que ¡NO!
Así que si algún día deciden venir a buscarme los montaré como un unicornio blanco y les daré tanto amor que sonreirán.
No existen niños, niñas, princesas o dragones, todo en nuestra mente está. Poder elegir ser FELIZ, es el final de todo cuento de princesas.
Y el mío será La princesa Natalio vivió feliz por siempre en la diversidad y la igualdad.