LAS IDEOLOGÍAS PARECEN COSAS DEL PASADO…
Por Luis Marino Ejarque
Basta con escrudiñar en los actos y en la historia de los personajes para saber el origen de las ideas que dieron forma a las doctrinas, a los movimientos, a las religiones. Todas nacen de un Dogma… aquellas definiciones inapelables que impiden al individuo liberar su pensamiento por fuera de su influencia. El Dogma se dibuja sin medias tintas en las religiones. En ellas aparece la adoración de la idea o del líder. A éste nada lo mancha, sus palabras son sagradas… hace Doctrina. Luego la historia modela la marcha social de las ideas, moviliza al hombre en pos de los objetivos de esa ideología, se esa doctrina o de ese dogma convertido en religión.
En nuestra historia se definen sin matices las diferencias entre unitarios y federales, con la característica de no tratarse de una lucha ideológica sino eminentemente político territorial, y que no tenía ideólogos sino caudillos, conductores, líderes.
Luego aparecen la derecha y la izquierda, acompañando la tendencia mundial. Aquí si se trata de una diferencia ideológica… con los conservadores representando a la derecha y los socialistas haciéndolo con la izquierda. Luego los radicales que interpretan el contenido ideológico del socialismo moderado, con algunos matices de derecha. Eran el equivalente a los liberales de EEUU. Hasta allí acompañaba la Argentina a la tendencia mundial en cuanto a ideas conductoras de la Sociedad.
Indudablemente el conservadorismo es mucho mas antiguo que cualquier otra idea social. El socialismo si bien no nace con Marx toma fuerza con él y produce el cisma con Lenin en Rusia para expandirse por todo el planeta. El socialismo como doctrina, es mucho mas atrapante que la derecha… el socialismo es purista, solidario, romántico, justo… como no enamorarse del socialismo siendo joven… La historia demuestra que los grandes líderes de los países socialistas o comunistas terminaron siéndole infieles a ese amor. Por nuestros días el socialismo parece herido de muerte para la práctica política, quedando reducida su existencia a los debates secundarios de la sociedad y a los discursos populistas. La caída del comunismo soviético y las cenizas que quedan en Cuba, Venezuela y Corea del Norte, parecen condenarlo a un lugar impensado de decadencia en la historia de la Humanidad.
Nuestro peronismo, esa Doctrina tan nuestra, tan argentina, tuvo un gran poder vernáculo…No pudo transformarse en ideología y por lo tanto no tuvo réplicas a nivel regional y mucho menos mundial a pesar de haber sido sometido al análisis en todo el mundo pero como un fenómeno sociopolítico.
Baste encontrar archivos de los orígenes del peronismo (en un contexto mundial en el que se equiparaba al fascismo de moda entonces), para explicar el fenómeno. Pero entender el porqué del apoyo popular tan duradero es más difícil.
Evita, como ícono de este movimiento, siquiera fue mentora de algún contenido ideológico. Fue sí tal vez obrera involuntaria de una movilización populista que jamás imaginaría ni el mismo Perón. Las palabras que contienen ideas, fuerza necesaria para definir una doctrina estuvieron ausentes, a menos que fragmentos de sus discursos sean interpretados erróneamente. Van algunos fragmentos de un artículo reciente de Alfredo Serra acompañando a un video que patentiza el acto: María Eva Duarte antepone el fanatismo y la adoración por Perón a cualquier forma de inteligencia y racionalidad. Los vicios, lo anómalo, lo condenable, se convierte aquí en virtud y dogma. Cada palabra es peligrosa. Letal. «Exterminio» contra quienes no piensen igual. Obligación de amar al líder y de aplastar cualquier otra forma de pensamiento. Ponerse de rodillas ante el general, el mesías, el salvador de la Patria.
Y después, las palabras de él. Estremece, por cierto, oírlo agradecer a las madres por enseñarles a sus hijos a decir «Perón» antes que «Papá». Y no menos su constante, temible exigencia por el adoctrinamiento: solo cuentan el movimiento, la fidelidad ciega, las «verdades» del peronismo. Y ante un atentado, no pedir una investigación policial ni judicial. Solo armarse con alambre de enfardar, y pedirle a la multitud «¡Leña!». Un claro llamado a la violencia, a la venganza, al caos social, y a todo lo que fue resumido en el grito «¡Perón o muerte!», síntesis de cualquier forma democrática de vida. El opositor, el «contrera»… no merece vivir. Estas imágenes y palabras de fuego me llevan a un recuerdo aún más vivo y personal. Entre 1952 y 1955 cursé los últimos años de bachillerato en la Escuela Nacional Normal Mixta de San Fernando, luego –como otras, y como estaciones, avenidas, barrios y hasta provincias– … «17 de Octubre».
Una mañana serena, sin nada que alterara la rutina profesor–alumnos–pizarrón, aparecieron unos personajes extraños. De nuestra edad, y algunos mayores, habían llegado de sus provincias para vivir en la Ciudad Estudiantil: cuatro manzanas en el barrio de Belgrano con casas a todo lujo presididas por el clásico logo «Fundación Eva Perón». Desde luego, ciudad construida… con el dinero del pueblo que tanto decían amar. Armaron rancho aparte. Apenas si nos saludaban, como respondiendo a la orden de ignorarnos. Se sentaban todos en el mismo sector, y en el recreo se aislaban en el patio. ¿Por qué estaban allí? ¿No había escuelas en sus provincias? ¿Por qué no intentaban socializar con nosotros? ¿Qué se traían entre manos? No tardamos en comprenderlo cuando, una mañana, llegó un nuevo profesor de historia y se presentó así:
–Vengo a enseñarles lo que nadie les enseñó. Que no todos los próceres fueron lo que ustedes creen, sino enemigos de la Patria. Por ejemplo… ¡Sarmiento!
La madre del borrego: el falso, parcial, deformado «revisionismo histórico». Rápidamente hubo conexión entre ese sujeto y la pandilla de recién llegados, y los que creíamos en Sarmiento, San Martín, Belgrano… La chispa fue, algunas tardes, a la salida, fuego. Nos liábamos a trompadas con esos personajes, esa quinta columna peronista que avanzaba más y más incorporando otros profesores de dudoso título. Recuerdo que una de ellas, de Literatura, a duras penas podía leer una o dos páginas de un libro y pedir que la «estudiáramos». Nunca salió del Martín Fierro, pero poco y nada sabía de él. Cuando el gaucho habló de «hacer pata ancha», nos dijo que eso significaba «tener el pie cómodo»…No pude más. Disimulando mi furia, le dije:
–Quiere decir afirmarse en un lugar. Aguantar lo que venga. En este caso, Martín Fierro aconseja no recular frente al enemigo. Al afirmarse, la pata (el pie) se ensancha…Enmudeció. Y cambió de tema.
El profesor de Botánica nos repartió apuntes. En uno estaba la definición de la célula… mal. Incorrecta. Se lo dije y me encaró, agresivo:
–¡Usted qué sabe!
–Yo no, pero el libro de botánica sí. Lo abrí en la página pertinente y le puse la definición ante los ojos. Movió la cabeza:
–Se equivocó el alumno que lo pasó en limpio. ¡Falso! Era un bruto. Como todos los recién llegados. Acomodados por el régimen a cambio de adoctrinarnos, de hacernos «muchachos peronistas» a la fuerza. Un día, poco antes de 1955, desaparecieron. Sopló aire fresco. Sarmiento volvió a ser nuestro ídolo eterno. Pero la mala semilla –el totalitarismo– seguía plantada. Hasta hoy. En todas sus variantes…
Creo que esto…. Explica todo lo que comentaba al comienzo de la nota… y parece que totalitarismo y populismo se hacen dueños de ideas, las mezclan, las utilizan a su antojo, la izquierda para ser populares, la derecha para ejecutar acciones de gobierno y discrecionalidad para seguir engañando a la sociedad.