PLANTAR UN ÁRBOL
Por Walter Rivabella
En realidad Newton no se recostó a descansar a la sombra de un manzano aquella tarde de verano de 1666 cuando dio a luz su famosa teoría.
Se trataba de un árbol común y corriente en cuyo follaje solían detenerse ruines pajarracos como el que estaba posado en la rama ubicada justo sobre la cabeza del inventor, desprovista en ese momento, de su peluca de hombre distinguido. Quizás la relación de estas pequeñas tragedias con la buena suerte venga de ahí.
El manzano se colocó después con la intención de plantar algo más: una prueba que certificara lo asegurado por los cronistas de la época. William Stukeley, quien público “La vida de sir Isacc Newton” en 1752, es de los tantos que deja bien parado a su amigo al escribir “…me dijo que había estado en esta misma situación cuando la noción de la gravedad le asaltó la mente. Fue algo ocasionado por la caída de una manzana mientras estaba sentado en actitud contemplativa…”
En fin. Un hombre tan significativo se construye a sí mismo aunque a veces hay que colaborar un poco. Sobre todo en aquellos tiempos, cuando el humor inglés todavía era algo por inventar.
ENCUENTRO DE DOS MUNDOS
Los microchips de la aeronave almacenaban entre otras cosas: el saludo del Secretario General de las Naciones Unidas traducido en decenas de idiomas, tres horas con música representativa de distintos lugares y culturas, y un sinfín de sonidos característicos de este planeta. Si hasta inmortalizaron un pedo, humor universal, para provocar las carcajadas de los habitantes de aquella civilización tan remota y supuestamente superior.
Batiendo récords, el pequeño gran aparato llegó a destino. Lástima que cayó sobre la única pareja de nativos, semejantes a simios, que justo estaban copulando con el fin de continuar con su especie.
AUGURIO Y PREMONICIÓN
“Tenés una larga vida por delante”, le había dicho don Julián a su nieto un rato antes de que éste lo atropellara con el triciclo.